Era 1957. En La Habana, Vicente Rojo y Elena Poniatowska, los dos de 27 años, se metían a ver películas gringas al cine porque ninguno bebía mojitos ni daikiris. Fernando Benítez, el grande de los suplementos culturales mexicanos, les gritaba: “hermanitos, aquí ninguna parte del cuerpo es vergonzosa”, porque a los dos todo les daba vergüenza. En ese viaje a la isla los acompañaba Carlos Fuentes, que multiplicaba el dinero en los casinos… Una generación tomaba forma.